María del Espíritu Santo


     Jamás, en ningún momento de la historia, se ha dado una implicación tan total y profunda entre Dios y una creatura humana, como en María. La relación de la Virgen de Nazaret con las tres divinas Personas nos hace experimentar el vértigo del misterio y nos obliga a prorrumpir en estas palabras extasiadas de Francisco de Asís: «Santa María Virgen, no hay ninguna igual a ti, nacida en el mundo, entre las mujeres; hija y esclava del Altísimo Rey, el Padre celeste, Madre del Santísimo Señor nuestro Jesucristo, esposa del Espíritu Santo; ruega por nosotros».

      Si María es la «llena de gracia» es porque fue elegida y destinada a ser la madre de Cristo. Toda la grandeza de María consiste en el hecho de ser la «Madre de Dios».

      La concepción de Jesús en el seno de María por obra del Espíritu Santo, Recordemos una vez más el relato admirable del evangelista Lucas. Después del saludo inicial, el mensajero divino le dice: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo» (Lc 1,30-32). Ante este anuncio, la Virgen queda turbada y pregunta: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel Gabriel, con exquisita delicadeza, le explica: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35). Después de esto, María acepta con total disponibilidad: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra».

      María movida por el Espíritu Santo sin dudar, empuja a Jesús a hacer el primer milagro, con este gesto María se hace Madre amorosa de todos los hijos dispersos por el mundo.
Jesús en Juan nos hace hijos de María la mejor de las madres.

María, Sagrario del Espíritu Santo, ruega por nosotros.


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