Cuarto Domindo de Adviento 19 de Dic. de 2010

(Is. 7: 10-14; Rom. 1:1-7, Mt. 1:18-24)

La venida del Señor está ya muy cerca. En 6 días estaremos celebrando la gran luz que ha brillado sobre la tierra con el Nacimiento del Hijo de Dios e hijo de María, El que es verdadero Dios y verdadero hombre.

El Evangelio de hoy nos informa sobre el nacimiento del Mesías. Sorprenden la sobriedad y la brevedad del relato de S Mateo, especialmente si se compara con lo de S Lucas. S Mateo supone que nos es conocido lo que S Lucas escribió. Con grandes líneas nos comunica lo esencial del mensaje.


El Mesías es descendiente de David. Por esto, es heredero de las bendiciones y promesas hechas a Abraham y a David; estas encuentran en Él su cumplimiento. Es Hijo de María; ella lo concibió por obra y gracia del Espíritu Santo. Por eso S Mateo clarifica que fue concebido antes de que José llevara María a su casa; no habían tenido vida matrimonial. S José, cuando notó claramente que María esperaba un hijo, no sabía que hacer. ¿Con quién podría hablar de esto? ¿Qué debe hacer? Nada se dice de la turbación, de la pesadumbre, de los pensamientos, dudas e inseguridades que le tenían que haber afectado. No se nos cuenta lo que pasa en su alma y lo que hace madurar la decisión. Solamente nos enteramos del resultado: S José resuelve separarse de su desposada. Lo haría legalmente, pero discretamente, en secreto.

S Mateo califica a S José como justo. En el A. T. esto significa cualidades espirituales de alta categoría. Justo es un hombre que busca a Dios y que sujeta su vida a la voluntad de Dios. Es también una persona prudente y bondadosa, en cuya vida se han mezclado y esclarecido, de una forma singular, la propia madurez humana y la experiencia de Dios. El justo es la figura ideal del hombre que agrada a Dios en todo y en quien Dios se complace. Todo esto puede decirse de S José. Su vista todavía está retenida, y él no comprende el enigma desconcertante.

Cuando S José ya ha tomado la decisión de separarse de María, Dios interviene. El Ángel le descorre el velo del misterio.

Le dirige la palabra con solemnidad: “José, hijo de David.” En este tratamiento resuenan las esperanzas de Israel; José es intercalado en el gran contexto de la historia divina. Lo que José oye decir el Ángel, debe oírlo como hijo de David; sólo así lo comprenderá. Con profundo respeto y con delicadeza el Ángel indica el misterio: el fruto que María espera, “es obra del Espíritu Santo.” Sólo se nombra un hecho que puede servir de explicación: la actuación del Espíritu Santo. A Él se atribuye el milagro que ha tenido lugar en el seno de María. Es el Espíritu que a menudo obra en silencio y actúa ocultamente y sin ruido. Después del mensajero nocturno, S José, con sencillez y docilidad, procede como le había encargado el Ángel.

En seguido, S Mateo hace referencia a la misión del Hijo que va a nacer. Su nombre será Jesús, que significa: “Dios ayuda y libera, o Dios es salvador.” “Jesús va a salvar a su pueblo de sus pecados.” Esto significa algo mucho más profundo que solamente nos perdona nuestros actos pecaminosos siempre que arrepentimos. En el fondo quiere sanar nuestra tendencia de ser independientes, de decidir por nosotros mismos lo que es bueno o malo. En una palabra, nos cambia interiormente para que en vez de decir: “no quiero servir”, digamos “aquí estoy para hacer tu voluntad”. En vez de ser independientes, queremos obedecer: “Habla, Señor, tu siervo escucha.” Esta orientación interior profunda nos mueve a buscar conocer y cumplir su gran designio salvación en nuestras vidas. Esto no quita que a veces somos débiles e inconstantes, y tenemos que reconocer nuestro pecado y pedir perdón. Un cristiano no es uno que nunca ha pecado, sino alguien que cada vez que peca, lo reconoce y se levanta con nuevas fuerzas para luchar contra el mal. Jesús nos salva dándonos su ejemplo y su gracia para superar nuestras debilidades.

Entonces en este tiempo de gracia especial, miremos a S José y a María, para aprender acoger a Niño Dios que viene y celebrar su venida con alegría espiritual y puro corazón.


P. Jorge P.

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